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lunes, 21 de septiembre de 2009

CARTAS DE UN COLOMBIANO INCÓMODO CON SU TIEMPO

Biografia. "Mi cuerpo es una celda", Andrés Caicedo (Norma - Buenos Aires). La vida de la contrafigura de Gabo. Por Walter Vargas.

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NIÑO TERRIBLE. Caicedo creía que vivir más de 25 años era una vergüenza. Se mató a esa edad.

Generaciones y generaciones de colombianos jamás leyeron una sola línea de Andrés Caicedo, pero la sola mención de su nombre les produce respeto y admiración. Es Caicedo una especie de leyenda que recorre Colombia de norte a sur y que trasciende incluso los círculos literarios. Qué decir de alguien que escribió que vivir más de 25 años debería ser motivo de vergüenza y que a los 25, justamente, se suicidó a poco de recibir el primer ejemplar de Qué viva la música. Ese texto, primordial en su bagaje, supone una de las varias fuentes que sostienen la condición de genuino mito de quien asumió la escritura como un agónico bastión frente al sinsentido de la existencia. "Cuando yo no escribo, tengo malos pensamientos", le confiesa Luis Andrés Caicedo Estela a su amigo Germán en una de las tantas cartas que compiló el periodista, escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet, gestor, al cabo, de Mi cuerpo es una celda, una espléndida mixtura de autobiografía novelada.
Es que Caicedo, incondicional del cine ("yo podría pasarme los días sin otra cosa que intercambiar títulos de películas, nombres de directores"), del rock y de su Cali natal, transitó su corta vida pugnando por ponerle palabras a su desasosiego, pero no al modo de una letanía meramente confesional, replegada sobre sí, sino más bien abriendo juegos de admirable vigor ensayístico.
Su semblanza sobre la ciudad de Houston, por ejemplo, roza las fronteras de la excelencia en materia de aguafuerte; sus análisis del cine estadounidense en general, y de algunas películas en particular, abundan en agudezas y sutilezas. Sin reconocerse como poeta, se aventura en algún poema exquisito ("creo en fantasmas, vampiros y en empleados públicos que una mañana salen volando de su casa porque soy un hombre que cayó bajo el amor"). Y así…
Su prosa es una prosa que, a ritmo de locomotora, va de la semblanza al humor, del humor a la ironía, de la ironía a la ternura, de la ternura al alegato contra el orden establecido, y del alegato a la canción desesperada. Y aunque quedaría por verse si, como enuncia Fuguet, el niño terrible Caicedo representa una contrafigura ideológica de García Márquez (un feroz retratista contracultural versus un refinado cultor del realismo mágico), sí asoma evidente, que de la incomodidad con que transitó su tiempo, los valores instituidos en su época y su existencia propiamente dicha, emanó una obra imponente. Esa imponencia, pues, debería ser mensurada, valorada y celebrada de forma justa y debida.

Tomado de © LA GACETA

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